sábado, 16 de agosto de 2014

Y bailó, bailó y bailó

Sucedió a uno de los más grandes místicos sufíes. Su nombre era Maulana Jalaludín Rumi. Fue uno de los más grandes místicos y poetas sufíes. Estaba pasaendo por su pueblo y cruzó por la calle donde los orfebres estaban trabajando. Había estado tratando de orar, pero no lo había conseguido. Había estado rezando noches y días, pero sólo se había sentido cada vez más frustrado; sus manos seguían vacías. El rezar le era esquivo; no conseguía sumirse en los rezos. Se esforzaba al máximo, apretaba los puños… pero en cuanto abría su puño, no había nada.
Estaba atravesando el mercado por la calle de los orfebres. Estaban martillando platos de oro y había mucho ruido. Él se quedó mirándolos. De repente, algo le atrapó, le poseyó. En el martilleo de aquellos platos de oro empezó a oir el nombre de Al.la: «Al.la, Al.la, Al.la». No podía creerlo. Sintió surgir, en sí mismo, una armonía y se vio invadido por un éxtasis y una beatitud tales, que empezó a danzar. Se puso a dar vueltas. Aquel día, en aquel pequeño pueblo, debido a aquellos orfebres, a su martilleo y al ruido, apareció el primer derviche girado, ésa fue la primera vez que surgió la danza de los giros.
Él nunca se lo había imaginado, pero ¿qué puedes hacer cuando te sientes tan dichoso, cuando algo se apodera de ti? ¿Qué otra cosa puedes hacer más que bailar cuando tu corazón se siente feliz? Y bailó, bailó y bailó durante horas y todo el mercado se atestó de gente que creía que se había vuelto loco. La gente empezó a pensar: «A la gente religiosa siempre le sucede lo mismo: se vuelve loca».
Ese día se convirtió en un Buda.

Osho, de Tao los tres tesoros

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