domingo, 23 de febrero de 2014

Experimento humano

El timbre de la mañana en la escuela  me hacia sentir lo mismo que sentían los perros de Pavlov: sabia que yo era utilizado para su experimento. El único problema es que  lo desconocía. tenia si una pequeña intuición, ya que sus palabras no eran de esperanza, sino de conformismo y absolución, además cualquier réplica podía ser usada en mi contra y mi destino sería sentir el repudio de toda la masa de cemento.
El color de las paredes no daba para la imaginación, era un color frió, conformista, sin hambre, sed ni menos deseos. El largo pasillo que me lleva a la gran sala, me prohíbe mirar hacia el lado. Sólo debo mirar hacia el frente, para llegar hasta la gran sala, donde está ese montón de ripio al que no quiero pertenecer. Todos ya están adiestrados, aunque los hacen sentir libres, los dejan hablar de vez en cuando, a veces incluso los dejan que pataleen y lloren por un rato pequeño. Pero al momento de sonar el timbre,  el montón de ripio se mueve lentamente y va rezongando hasta el final del pasillo.
Un loco día, cuando iba al final del montón de ripio, mire hacia un costado, había otras salas y otros pasillos, intente ingresar a una de ellas cuando  un montón de cemento ya duro me impidió el ingreso. El experimento les estaba resultando, pero yo había descubierto su secreto y eso les provoco un pánico que no pudieron ocultar. Inmediatamente empezaron las persecuciones, los rumores, las acusaciones, las discriminaciones, los juicios públicos y todo eso que siempre utilizan para menoscabar a uno que no quiere ser parte de su experimento, o que por lo menos quiere ser de otro experimento.
Con el paso del tiempo, mi deseo de no estar en ese lugar fue creciendo, por lo que inventaba excusas de dudosa creencia para no asistir a su letal experimento, Desde quedarme dormido todo el día, hasta buscar las tareas más infructuosas, que me permitieran estar alejado de esa cruel realidad. Lo que yo hasta ese entonces desconocía era que el experimento no solo ocurría en el lugar de costumbre, sino que traspasaba los limites de la sala, lo que sucedía acá afuera también era vigilado sigilosamente  por los dueños de esta siniestra manipulación.
El estar alejado un período de la sala no fue ninguna tarea fácil, la sentencia de la masa fue mas dura que la anterior, acá afuera eran todavía mas inhumanos, mas hipócritas, mas hirientes y si en algunas cabezas había existido conciencia, la extirparon violentamente de un momento a otro, sin pedir permiso y con un dolor muy sencillo, pero inaguantable. Ese dolor que se siente en el alma y se lleva a diario como una religiosa condena, que tienes que cumplir, o de lo contrario el precio que pagaras será  mayor, el cual para muchos ya es una suma inalcanzable.
Decidí  no dar tregua alguna a los opresores, por lo que volví al lugar del hallazgo con mi mejor sonrisa y con el máximo grado de ironía que puede alcanzar un ser humano que se digne de tal. Estaba decidido, no era un derrotado, ya que estaba vivo y  tenia mi propio pensamiento.
Mi reencuentro fue torturador: las miradas de rechazo y los gestos de reprobación no se hicieron esperar. Antes de ingresar a la fría sala, ya me hablaban de mi reprobación en esta etapa. No les hice caso, solo esbocé sonrisas y saludos al por mayor. Tenia claro que eso les dolía, ya que no estaban acostumbrados. Los sacaba de su calculador y amargo esquema. Yo sinceramente no tenia ningún plan. Todo lo que hacia decía o miraba, era lo que en el momento se me ocurría. No podía organizar un plan de ataque, por que seguramente los dueños se enterarían; además el planificar es muy de ellos, en cambio si lo hacia instantáneamente, ellos no se darían cuenta y todavía al parecer no inventan algo para enfrentar la espontaneidad.
Ese primer día de mi retorno, quisieron matarme para siempre. Me pararon delante de todo el mundo y me dijeron ¡hable!. No me dieron tema alguno: se fijaron en mi ropa, mi dicción , mi simpatía, mi grado de empatía con el publico, mi presentación personal y cuanto detalle pudieron sacar a flote. Sin embargo no me destruyeron. Todo lo contrario: pedí silencio, me senté en la mesa, llena de papeles, desde donde el gran señor  nos dictaba las ordenes y hablé por horas del experimento al que éramos sometidos. El gran señor me reprobó, pero muchos de los que esa mañana  me escucharon, hoy  transmiten las vivencias contadas y luchan con gran alegría por acabar ese maldito experimento. Desde esa mañana, la continuidad del experimento es estudiada, ya que se teme por su fracaso.


   

sábado, 8 de febrero de 2014

En medio de la carretera

Horizonte al fin
puesta de sol tras de mi
cielos, cementos y bosques
momentos eternos
camino, camino y vida

domingo, 2 de febrero de 2014

Mar

Mar que vigilas las cosas de la soledad
tu y tu vaivén
ir y venir sembrado esperanza y desapareciendo
a veces te vuelves furioso y destrozas todo a tu paso
otras eres calmo y trasmites paz
paz como aquella vigilante ave marina
trasmite a los observantes
a la distancia