Te dejo, yo que sé,
el fracaso más tierno
la idea de no verte
ese pequeño espejo
donde te amé durante
más de cuarenta años.
Y la cuartilla llena
de un poema de Bécquer
volverán las oscuras...,
la calle donde llueve
cada día y minuto,
cada mes, cada año.
Te dejo la palabra
el vasito de vino,
esos pasos cansados
el saberte conmigo,
el morir y vivir
encogido en tus besos.
Vendrá la vida a vernos,
en el mes del olvido
cuando tiene la tarde
el color del domingo
y sabe la nostalgia
a cuaderno y colegio.
Hoy tomé en la cocina
ese café tranquilo
con galletas y sueños
y pensé en espejismos
y leí un poema
de Margarit, ¿recuerdas?
El que habla de Joana
y del coche que pita
en una calle triste
aquél que me decía
que la vida es hermosa
siempre que viva ella.
Asi que aqui te dejo,
cuando voy al trabajo,
la promesa solemne
de volver a tu lado
aunque esta noche el mundo
se hunda y me desarme.
Para que tú lo sepas
te dejo como herencia
lo que yo siempre quise:
el dolor, la tristeza
de otros –dios los bendiga–
que nos hicieron grandes.
En ellos me refugio,
con ellos soy monarca
dueño del paraíso,
señor de cuerpo y alma
y dios omnipotente
de las calles y bares
Y dueño de tus labios.
dueño de tus reproches
y de tus regañinas
de tu tos por la noche
y de esa palabra
que huele a pan y a tarde.
Te dejo todo eso
sin que nadie lo sepa.
Para que un día si quieres
venga la voz certera
de Neruda a decirnos
esos veinte poemas.
Y sepamos que otros
han convertido el mundo
en lugar de esperanza
en el dulce refugio
donde salvar la vida
efímera y pequeña
rodolfo serrano
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