Quien no a soñado con dejarlo todo y salir a recorrer el mundo, dejar el trabajo aburrido de la oficina y quedarte a la berma del camino levantando el pulgar para que un alma caritativa te lleve a donde el destino te guíe.
Salir de mochilero es una aventura que toda persona por lo menos una vez en su vida tiene que realizar, pues hay gente que toma esto como un estilo de vida, tienen comunidades cibernéticas y se juntan en algún rincón del planeta a compartir experiencias, pasarlo bien y sobretodo a vivir minuto a minuto una vida feliz.
Las comunidades de mochileros son en mi opinión el hecho tangible de un mundo mejor, se reciben en sus casas sin esperar nada a cambio, se saludan y se comunican como si fuesen amigos de años, se apoyan con datos prácticos, se entregan contactos desinteresadamente, y se apoyan con únicos fundamentos de amor y alegría. Muchas veces me ha tocado hacerme amigos fraternos en el camino únicamente viendo a personas con inmensas mochilas en sus espaldas.
Estos viajeros tienen una sensibilidad especial, un rostro lleno de vida, incluso tienen un manifiesto:
“Que la condición humana admite más posibilidades que el diploma y la oficina. Nuestra sociedad actual considera a las personas poco más que herramientas especializadas. Eficiencia y productividad son valores imperantes. Ante este recorte nos proponemos revalorizar el conocimiento y la experiencia como valores, y el viaje como un medio privilegiado de acceder a ellos…
Que una sociedad de individuos entrenados para ser autosuficientes y no preguntarle la hora a nadie es un criadero de neuróticos. De neuróticos y de futuros consumidores de alarmas y pastillas para el stress. Al viajar como mochileros, al hacer dedo, reestablecemos el contacto humano, esa llama vergonzosa…
Que ser responsable es darnos cuenta de que la vida es una sola, que se vive día a día, y que una vejez con jubilación diga no justifica una juventud de viejos. Ser responsable no significa solo asumir obligaciones, sino también animarse a asumir la libertad y no atarse innecesariamente a cosas ajenas a nuestra esencia…
Que nadie es viejo en tanto no se haga cargo de su edad. Nunca es demasiado tarde para nada. Viejo es quien hace las cosas que se esperan de un viejo, solo porque otro lo esperan de él…
Que el mundo no es un lugar estático sino una maraña de caminos por los que millares de personas caminan a diario. Cruzando fronteras, vadeando arroyos o escalando montañas…
Que ese mundo es aún un buen lugar para vivir, que las personas que lo transitan comparten algo que es mucho más fuerte que sus diferencias, sean estas de raza, religión o profesión. Estas personas son intrínsecamente buenas…
Que nadie se encuentra en peligro por estar lejos de casa, creemos que las ciudades son definitivamente más peligrosas que las rutas, los montes y los lagos. Creemos que el universo cuida de nosotros, y que una jornada laboral de 12 horas es más peligrosa que viajar a dedo…
Que el dinero es una parte opcional del equipaje, ya que nadie se alimenta de dinero. No sólo se hacen cosas a cambio de dinero. Pensar eso sería transportar arbitrariamente las relaciones comerciales a las relaciones humanas. Una sonrisa oportuna puede valer millones…
Que todos los viajeros podemos aprender los unos de los otros, que nadie nace sabiendo, que siempre hay alguien que va por primera vez a ese lugar que nosotros conocemos como la palma de nuestra mano…
Que el viento que nos da de lleno en la caja de una chata puede ser la vacuna contra la rutina…
Que la simplicidad es algo a ser reivindicado, y está más cerca de un pan casero al costado del camino que de un crédito hipotecario o vacaciones de quince días pagadas en tres años…”
Hay personas que sueñan cambiar el mundo algún día, hay personas que sueñan vivir felices en algún tiempo. Según mi visión los mochileros o viajeros cumplen ambas condiciones a través de toda su vida.
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