Soy un hombre sencillo; soy un hombre sencillo que viene de la ciudad y
que va en dirección a los ríos, las montañas y el viento fresco. No le he
mentido a nadie, al menos con mi consentimiento; ni me he confesado, por que no
tengo crimen por el cual hacerlo.
Llevo un rumbo lejano, hacia el valle, donde no sea sólo un loco en
medio de la locura. Y ni yo los cuestione por su propia locura.
No llevo traje porque me queda mal y no traigo corbata por
que ésta me impide respirar. Mi pantalón esta desteñido por el sol, la tierra y
por la brisa del mar, ya que no es la primera vez que escapo de la ciudad.
No calzo zapatos, por que con estos no se me llenan de
tierra los pies y sin éstos el agua fluye de mejor manera en la piel.
Mi pelo baila con el viento y mi rostro se llena de
felicidad, mientras más es acariciado por la brisa.
Mi caminar es tranquilo y eterno. Nada me apura en llegar al sitio en
que todos en algún minuto nos encontraremos. La gente llora porque no corro
como ellos: es una de las razones por que partí rumbo al valle.
Soy un hombre sencillo que no lleva mascara ni disfraz.
Estas cosas solo me alejan de la gente que amo y recuerdo con cariño, a pesar
de su disfraz.
No siento frió ni desilusión, a pesar
de no llevar abrigo; el sol es mi mejor aliado y la luna mi mejor compañera en
los bríos de insatisfacción.
El hambre, la mitigo con trozos de raíces que el camino
ofrece a mi paso. Para saciar mi sed, abro la boca y bebo agua de lluvia
directo a mis entrañas.
Seguiré rumbo al
valle así, entre la noche y su tierna oscuridad. En el amanecer estaré entrando
por los senderos de la vida. En la pasividad, que las miradas de este hermoso
lugar, nos entrega a los extraños viajeros del tiempo.
Soy un hombre con pies descalzos
y con la sonrisa más grande que
cualquier hombre puede tener.
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