lunes, 19 de septiembre de 2016

El señor ye

“El señor Ye amaba a los dragones. Y los amaba de tal manera que los tenía por toda su casa. En ilustraciones sobre cualquier pared... En delicadas talles dejadas sobre cualquier estantería... Cada día el señor Ye comía en su porcelana de dragones estampados, se vestía con su ropa de dragones bordados... Cada día el señor Ye leía un libro sobre la legendaria vida de los grandes dragones. Aunque su juguete preferido era su cometa en forma de dragón. Todos los días, antes de anteponerse el sol, subía a la colina más alta, cercana a su casa, y se deleitaba con las piruetas de su cometa imaginando cómo sería volar en el lomo del dragón, atravesando las nubes, viajando radiante, feliz, libre, allá donde quisiese...
Al caer la tarde, recogía su cometa. El señor Ye regresaba a su casa, se vestía su pijama con dragones bordados, abrazaba a su dragón de peluche y las lámparas proyectaban sobre el techo luces en forma de dragón. Pensando en dragones, el señor Ye despedía el día.
La devoción del señor Ye hacia los dragones fue un rumor que creció y creció, yendo de boca en boca, de un lado para otro, viajando, hasta por fin llegar a una nube. Al llegar a una nube, llegó también a los oídos del gran dragón de los cielos que, conmovido por la historia del señor Ye, decidió salir a buscar aquel extraordinario hombre... Voló y voló el dragón, recorriendo toda la comarca, tratando de encontrar a aquel ser. Hasta que, finalmente, encontró, a lo lejos, su cometa haciendo filígramas. Siguiendo su hilo, encontró el rostro extasiado del señor Ye. Emocionado, el dragón de los cielos espiaba detrás de una nube y decidió hacerle un regalo a aquel hombre. Hacerse presente ante él (cosa poco habitual, puesto que los dragones legendarios no se dejan ver por los seres humanos)
Escondido tras las nubes, siguió al señor Ye hasta su casa y una vez que estuvo dentro, el dragón introdujo su cabeza por una ventana y su cola por otra, atrapando al medio, al señor Ye que, en un principio quedó petrificado para después saltar por la primera ventana que vio, para correr aterrorizado, sin mirar hacia atrás... Corriendo, corriendo para nunca regresar...
Jamás se supo nada del señor Ye. Ni en su casa ni en toda la comarca.
Puede ser que, el señor Ye, en realidad, no amara tanto a los dragones... Quizás, sólo le gustaba aquello que se le parecía a una idea que tenía de ellos...
Pero, en ningún caso, a un auténtico dragón...
A veces amamos lo soñado como promesa y no tanto como realidad.
A veces tenemos miedo a nuestros sueños, como quien le teme a la felicidad...
Lo valiente no es soñar. Lo valiente es hacer los sueños realidad... Lo dijo Antonio Machado...
Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar. Y lo mejor de todo, es despertar...


 ” ISMAEL SERRANO

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