El filósofo John Morreall sostiene que el origen biológico de la risa humana puede estar en una expresión compartida de alivio tras pasar el peligro. La laxitud que sentimos tras reírnos puede ayudar a inhibir la respuesta agresiva, convirtiendo la risa en un signo de conducta que indica la confianza en los compañeros.
Recientes investigaciones en orangutanes sugieren que los mismos son capaces de reirse, con lo cual la risa sería de origen evolutivo y genético
Origen
Aunque es una cuestión interesante averiguar cuál de nuestros antepasados introdujo la novedad de la risa (el gesto de enseñar los dientes es amenazante para el resto de los primates), la cuestión que ahora nos ocupa es bien otra. Hoy nos preguntamos si la risa nace de los sentimientos -del corazón- o de la fría razón -de la cabeza-. Nos preguntamos si es posible reír mientras buscamos la sabiduría o si, por el contrario, el afán de investigar las huellas de la verdad es incompatible con este gesto que expresa una alegría y satisfacción que, aparentemente son incompatibles con la insatisfacción y desasosiego que provoca la búsqueda de la verdad.El presupuesto del que partimos no es evidente y debe ser explicitado. De principio nos situamos en una oposición que quizá no exista. ¿Realmente "el corazón tiene razones que la razón no entiende"? ¿Estamos partidos en dos? ¿O son quizá tres, como dijo Platón, a saber, corazón, cabeza y también el bajo vientre (sede de la ira, el coraje y la voluntad)? ¿O son quizá siete, como cree la tribu de los fang de Gabón (la del cerebro, la del corazón, la del nombre, la de la fuerza vital, la del cuerpo, la de las sombras y la del espíritu)? Pero ya son muchas preguntas, así que reduzcamos la cuestión a ver qué ocurre cuando se piensa que tenemos, al menos, dos naturalezas, razón y pasión, que puede que estén enfrentadas o puede que no.
Bueno, pues hay quien opina que esta oposición se cumple. Creen que dentro de nosotros hay una especie de guerra y que la tarea del hombre es luchar en ella a favor del bando que se considere más esencial a nuestra naturaleza. De este modo nos encontramos, por un lado, a quienes pretenden purificar su razón a costa de negar los apetitos del cuerpo, o sea, a los que ayunan, a los célibes, a los ascetas y demás gente así que se dedica a mortificar la carne para liberar el alma. Por otro lado están los amigos de la intuición, de la espontaneidad, de la apetencia, de las corazonadas y, en general, de nuestro lado sentimental.
Otros, en cambio, creen que no hay oposición, aunque mantienen la distinción. Estos creen que hay decisiones que deben ser predominantemente racionales y otras que deben partir sobre todo del corazón. En caso de conflicto, no sé qué harán. Supongo que dependerá de las circunstancias y características de la personalidad y el carácter de cada cual.
Finalmente hay algunos, generalmente filósofos, que pretenden acabar con esta distinción esquizoide. Manejan conceptos tales como "inteligencia emocional" (Daniel Goleman) o "inteligencia sentiente" (Xavier Zubiri). José Antonio Marina dice a este respecto en las primeras líneas de su genial ensayo "Teoría de la inteligencia creadora": «La verdad científica es divertida y también solemne, estrepitosa, deslumbrante, opaca, terrible, burlona, enigmática, discreta, apabullante y otras cosas más. Lo que me resulta imposible decir de una verdad es que es verdadera solamente.» Yo me incluyo en esta postura. Me parece que las ideas mueven a la gente (son emotivas y que las pasiones y los sentimientos definen nuestro pensamiento. Separar lo uno y lo otro, la razón y las pasiones, el corazón y la cabeza, se me antoja un artificio inaceptable además de obsoleto, un prejuicio de origen religioso que hoy en día no tiene el menor sentido.
Volviendo al tema que nos ocupa, las respuestas que demos al problema del origen de la risa dependen de la postura que adoptemos respecto a la naturaleza del ser humano. Quienes distinguen entre razón y pasión, dirán que la risa es propia del segundo aspecto de la naturaleza humana. Los que se obcecan en purificar su alma la verán como algo malo, incluso diabólico. ¿Recuerdan el monje ciego y anciano del libro y de la película "El nombre de la rosa"? Incluso llegó a matar a fin de que nadie conociera que Aristóteles, el filósofo preferido de la Iglesia, veía con buenos ojos la comedia. Otro ejemplo: ¿se han fijado que las brujas malas de los cuentos y las películas siempre están soltando carcajadas y que los buenos sólo sonríen? Afortunadamente hoy en día se están poniendo las cosas en su sitio, pues los buenos de las películas suelen ser propensos a la risa, mientras que los malos están siempre "amargados" (véase, por ejemplo, Arma letal o cualquiera de Eddie Murphy).
Los del otro bando, los pasionales, creen que la risa es lo que distingue al hombre del animal, lo mismo que el llanto. Y creen que entre uno y otro se va pasando la vida. En consecuencia, mantienen el prejuicio de que los sabios, con su exceso de racionalismo, son aburridos, sosos, no ríen, ni salen de copas, ni nada de nada. También podemos encontrar en la literatura y el cine ejemplos que confirman este prejuicio y también podemos encontrar ejemplos, aunque no demasiados, de películas recientes donde se ponen las cosas en su sitio, pues los sabios aparecen como gente risueña. Quizá esta última tendencia sea resultado de que hoy en día no es raro que gente corriente tenga estudios y se dedique a la investigación sin dejar de ser perfectamente normales.
Por último estamos los que creemos que la risa es una de las facultades de la razón humana, igual que la lógica. Creemos que son las ideas las que nos hacen sentir y reír y sufrir y hasta intuir. Nos parece absurda la visión dualista del ser humano y, por tanto, entendemos que investigar el origen de la risa es averiguar, en definitiva, qué es el hombre.
En resumen, pues, ya que el origen de la risa se encuentra en el hombre, para contestar nuestra pregunta hará falta decidir qué es el hombre. En esta tesitura había varias propuestas. La última de ellas, la que a mí me parece más verídica, ofrece la posibilidad de conciliar la risa tanto con la razón como con la pasión, pues resulta que ambos son únicamente nombres vacíos que intentan disociar lo que es indisociable, a saber, una única naturaleza humana que ríe, piensa, llora, siente, cree, duda, desespera, calcula...
La conclusión que deduzco es que todos ponemos el corazón en lo que pensamos y que la razón sin pasión no puede llegar a ninguna parte. En esta tesitura, la risa debe incluida, junto con la imaginación o la memoria, entre las facultades de la razón. Pero no de una razón autónoma, sino en relación con otras razones, una razón dialéctica de la que la filosofía aún tiene mucho que investigar.
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