Mi cuerpo necesita descansar; mi cerebro no quiere pensar
ni un solo segundo más, los deseos se inhiben, como el hambre me calma mi
piedad. Los callejones continúan solitarios, los buses corren a gran velocidad;
todos sin destino, vuelan muy alto con un gran temor de bajar a la realidad.
Yo sé que mi realidad es mejor que la
de cualquiera de ustedes, pero igual no quiero salir a mirarles sus asquerosas
caras y sentir su maldito olor a sequedad. Los sermones no me motivan y la
humillación que ustedes causan indigna a cualquiera, menos a ustedes que
rastrojan sus miserables y envenenados frutos. Frutos que darán a algún mendigo
que clame por clemencia; lo engañaran
con su bazofia, lo humillaran con su sueño y lo condenaran a la esclavitud
eterna. Pero él les sonreirá, los saludará, pero no porque lo sienta de
corazón, sino por que no ha elegido otro camino. El está tan seguro que su
destino no es sino ese, que prefiere ser
utilizado, engañado y vejado por una falsa misericordia.
Yo no quiero ser ese esclavo; no quiero llorar a mares
para que todos se congojen y sufran por mi demonio; tampoco quiero ser el
Mesías que los salvará de ese engaño y los llevará hacia otra humillación; esta humillación vuestra que será mi goce y
mi felicidad eterna.
No quiero correr con las masas sin sentido alguno, las que
claman por justicia y por verdad. Por aquella verdad que no esta en ningún
corazón de ese mar de piedras y lamentos, por no estar en el sillón de enfrente.
Quiero pasar mis días al lado de un río
de agua pura y cristalina, para poder mirar la puesta de sol todos los días,
quiero disfrutar de la lluvia sobre mi piel a cuerpo desnudo, correr por el
pasto hasta el final de la colina, para
saltar desde esta y caer en el horizonte, para mirar a la gente que quiero y
veo sonreír. Para llamarlos y que salten sin temor con migo hasta este
horizonte, tomar a mi madre de una mano y a mi amada de la otra, para saltar
otra vez hacia el riachuelo. Quiero estar toda una eternidad y mirar la maravillosa puesta de sol para
siempre.
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