Ése era el
día más feliz de mi vida: mi padre
Leonel me llevaba por primera vez a la
emoción más grande del mundo, aquella que hace reír, llorar y reunirse a toda
la familia en torno a noventa minutos de magia, la misma que en el mundial del
78 ocultó cientos de miles de crímenes, y que veinte años mas tarde fue el
único suceso capaz de abrazar a Irakíes y Norteamericanos.
Aquel domingo
desperté temprano. Mi padre leía tranquilamente el diario, en el que estaba
anunciado el gran acontecimiento, a las 16 horas. En el estadio nacional, el
partido había sido declarado de alto riesgo, por lo que habría más de mil efectivos
policiales para proteger a los arriesgados espectadores.
Mamá preparó
el almuerzo temprano. Mi padre me regaló la camiseta más azul que encontró, con
la “U” más roja que había visto en mi vida: era tan grande que no me cabía en
el corazón. No recuerdo qué comí; solo el ¡Vamos¡, que significó mi
delirio y las bendiciones de mi madre.
A la llegada
al estadio, cada hinchada tenia su sector asignado. Los del colo en el norte, el bulla en el codo sur. Al caminar por los pasillos me
temblaban las piernas. Mi corazón, latía rápidamente y mis manos estaban
sudorosas. Estaba todo listo: galería sur
10780 era el lugar asignado para mí, 10880 para mi padre. La fiesta era
completa, tal como el diario decía. Un piquete de policías separaba a las
hinchadas, para que estas no se agredieran.
El partido
fue emocionante, una llegada en cada pórtico en el primer tiempo y un poste en
él ultimo minuto del segundo tiempo. En fin, un cero a cero apasionante. El
publico despidió a los jugadores con aplausos, tal como lo indicaba un señor de
traje gris en un gran cartel.
El lunes, mi
padre al llegar de su trabajo, me preguntó ¿cómo lo había pasado?, “¡genial!” - le respondí- “fue el mejor día de mi
vida”. Tomándome del brazo, me sentó
frente al televisor y sacó unos vídeos de un viejo baúl. Eran vídeos de fútbol que contenían añejos partidos...
Era un
clásico, el mismo que yo había visto el día anterior, pero quedé impactado.
Había 80.000 personas en el estadio y no 15.000 como el día anterior, más aún:
los hinchas estaban de pie y saltaban al ritmo de un tambor; fuegos artificiales iluminaban la salida del
equipo junto con una lluvia de papel picado y una enorme bandera tapaba el codo
sur. Y si esto fuera poco el resultado final había sido un empate a tres goles
por lado.
Yo no lo
podía creer; más aún cuando sacó un nuevo vídeo en el que aparecían hombres
como: Garrincha, Zico, Sócrates, Sánchez, Caszely, Figueroa, Franchescoli,
Croyf, Mataeus, Kempes, entre otros.
Y éso no era
todo: la tercera cinta contenía lo mejor, solo dos hombres, uno moreno de metro
setenta y cinco, y otro gordito de metro sesenta, eran unos genios con el balón en los pies.
No recuerdo
qué fue lo que mi padre hablo en esos instantes... De lo único que me di
cuenta, fue cómo habían acabado
con mi pasión, por la que yo vivía no era mas que un gran negocio y
nosotros éramos sus consumidores.
Hoy, treinta
años mas tarde, le muestro a mi hijo Diego los mismos vídeos que mi padre me
mostró, y desde ese día no he vuelto a ir al fútbol.
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