lunes, 8 de octubre de 2012

Mas que una pasión


Ése era el día más feliz de mi vida: mi  padre Leonel  me llevaba por primera vez a la emoción más grande del mundo, aquella que hace reír, llorar y reunirse a toda la familia en torno a noventa minutos de magia, la misma que en el mundial del 78 ocultó cientos de miles de crímenes, y que veinte años mas tarde fue el único suceso capaz de abrazar a Irakíes y Norteamericanos.
Aquel domingo desperté temprano. Mi padre leía tranquilamente el diario, en el que estaba anunciado el gran acontecimiento, a las 16 horas. En el estadio nacional, el partido había sido declarado de alto riesgo,  por lo que habría más de mil efectivos policiales para proteger a los arriesgados espectadores.
Mamá preparó el almuerzo temprano. Mi padre me regaló la camiseta más azul que encontró, con la “U” más roja que había visto en mi vida: era tan grande que no me cabía en el corazón. No recuerdo qué comí; solo el ¡Vamos¡, que significó mi delirio y las bendiciones  de mi madre.
A la llegada al estadio, cada hinchada tenia su sector asignado. Los del colo  en el norte, el bulla  en el codo sur. Al caminar por los pasillos me temblaban las piernas. Mi corazón, latía rápidamente y mis manos estaban sudorosas. Estaba todo listo: galería sur  10780 era el lugar asignado para mí, 10880 para mi padre. La fiesta era completa, tal como el diario decía. Un piquete de policías separaba a las hinchadas, para que estas no se agredieran.
El partido fue emocionante, una llegada en cada pórtico en el primer tiempo y un poste en él ultimo minuto del segundo tiempo. En fin, un cero a cero apasionante. El publico despidió a los jugadores con aplausos, tal como lo indicaba un señor de traje gris en un gran cartel.
El lunes, mi padre al llegar de su trabajo, me preguntó ¿cómo lo había pasado?, “¡genial!”  - le respondí- “fue el mejor día de mi vida”.  Tomándome del brazo, me sentó frente al  televisor y sacó unos vídeos de un viejo baúl. Eran vídeos de fútbol que contenían añejos partidos...
Era un clásico, el mismo que yo había visto el día anterior, pero quedé impactado. Había 80.000 personas en el estadio y no 15.000 como el día anterior, más aún: los hinchas estaban de pie y saltaban al ritmo de un tambor;  fuegos artificiales iluminaban la salida del equipo junto con una lluvia de papel picado y una enorme bandera tapaba el codo sur. Y si esto fuera poco el resultado final había sido un empate a tres goles por lado.
Yo no lo podía creer; más aún cuando sacó un nuevo vídeo en el que aparecían hombres como: Garrincha, Zico, Sócrates, Sánchez, Caszely, Figueroa, Franchescoli, Croyf, Mataeus, Kempes, entre otros.
Y éso no era todo: la tercera cinta contenía lo mejor, solo dos hombres, uno moreno de metro setenta y cinco, y otro gordito de metro sesenta,  eran unos genios con el balón en los pies.
No recuerdo qué fue lo que mi padre hablo en esos instantes... De lo único que me di cuenta, fue cómo  habían acabado con mi pasión, por la que yo vivía no era mas que un gran negocio y nosotros éramos sus consumidores.
Hoy, treinta años mas tarde, le muestro a mi hijo Diego los mismos vídeos que mi padre me mostró, y desde ese día no he vuelto a ir al fútbol. 
  


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