Humor y risa
El humor es una cualidad netamente humana. Como tal, sus variantes tienen dimensiones psicológicas e incluso semiológicas que podrían considerarse específicas. Es hueco, excesivo e inapropiado en el síndrome frontal; fácil, efervescente, espontáneo y a veces contagioso en la manía; ausente hasta el punto de que el paciente es incapaz de reaccionar ante estímulos risibles en la depresión y antinórmico e idiosincrásico en la esquizofrenia, en la que parece existir un déficit en la percepción o apreciación del humor (Polimeni et al, 2010).
Uno de los más conocidos especialistas sobre la cuestión, Rod Martin (2008), define al humor como un fenómeno cognitivo-social-afectivo. En su dimensión afectiva, el humor entraña una emoción positiva específica a la que el autor llama "regocijo" (mirth), similar a otras emociones positivas como la alegría y la felicidad. Pero el regocijo incorpora una cualidad específica de "diversión" que la caracteriza.
El regocijo aparece cuando en la evaluación cognitiva del entorno destaca lo que el autor llama "incongruencia jocosa", es decir: algo inusual, extraño, fuera de lo ordinario, o sorprendente, que debe además tener un elemento jocoso, un matiz de falta de seriedad. En el humor planificado se busca la incongruencia, se burlan los procesos mentales de quien escucha o leer, se les guía por una línea de razonamiento y se les lleva a formular expectativas que bruscamente chocan con un cambio del marco de referencia, en un choque que despierta la emoción del regocijo, cuya comunicación no verbal es la risa. Por último, el humor, en el modelo de Martin, es un fenómeno consustancialmente social. Los humanos nos reímos más en compañía, y el grueso de los chistes tiene que ver con situaciones sociales.
La risa es una descarga, un fenómeno con cierto paralelismo con la epilepsia, de modo que puede aparecer ante estimulación eléctrica de ciertas áreas del cerebro, en el marco de ataques convulsivos o de forma espontánea, inmotivada y liberada (desinhibida) en ciertas patologías neurológicas, de la cual el exponente más clásico es el síndrome pseudobulbar. También existe una forma de crisis convulsivas (epilepsia gelástica) cuyas crisis suelen comenzar con una risa superficial o vacía, que no transmite regocijo y que se presenta repentinamente, y sin un aparente estímulo jocoso, y uno de los signos característicos del kuru es la risa compulsiva que hizo que en su momento se tildara tildara a esta prionopatía de la enfermedad de la risa o la risa mortal. Pero la risa es un fenómeno social, y además, contagioso, hasta el punto de que se han descrito severas epidemias de risa (la más notable, en Tanzania, hace cerca de 50 años). Esta contagiosidad se ha relacionado con las neuronas espejo (Dosey, 2010).
Según Van Hoof (1972) la base filogenética de la risa podría estar en la "expresión relajada con la boca abierta", que es una señal de juego, en la que la boca aparece abierta, los labios cubren los dientes superiores y el rostro y el cuerpo están relajados. La sonrisa podría en cambio derivarse de la "expresión silente con los dientes al descubierto", en la que el animal retrae los labios y los ángulos de la boca, descubriendo los dientes a la vez que mantiene la boca cerrada. Según indica Martin, se trata de una señal de disposición amistosa en un animal de alto status, y de sumisión o apaciguamiento en un animal de bajo estatus. En los humanos la risa está asociada al humor, mientras que la sonrisa puede usarse en su contexto filogenético, como señal de ánimo amistoso como señal de regocijo o diversión de baja intensidad en respuesta al humor.
Darwin (1872/1998) ya llamó la atención sobre el hecho de que los chimpancés ríen cuando se les hace cosquillas en los sobacos. Las cosquillas son un fenómeno curioso, que se encuentra en diversas especies mamíferas, pero que solo los grandes primates y tal vez algunos monos son capaces de provocar (Leavens, 2009). Su neurofisiología es incierta. No se conoce ningún “receptor de cosquillas”, con lo que se deduce que se construyen a nivel cerebral sintetizando diversas sensaciones. Se distinguen dos variedades: knismesis, sensación con un cierto toque sensual producida por una ligera caricia, como el roce de una pluma o el caminar de una araña sobre la piel, y gargalesis, mucho más intensa y generalmente placentera, que es la que provoca la carcajada típica en los niños.
Pero no solo las cosquillas disparan la risa en los primates. Los chimpancés, por ejemplo, ríen cuando juegan, cuando se persiguen amistosamente y cuando simulan ataques. Aunque su mecanismo no es idéntico (los humanos reímos al exhalar el aire; los chimpancés, también al inhalar, y las vibraciones de sus cuerdas vocales son menos intensas), la presencia de la risa en nuestros primos simios más cercanos sugiere su aparición en un antepasado común, lo que nos permitiría datar la risa hace entre 5 y 7 millones de años. Sin embargo, si incluimos la risa del huraño y solitario orangután, con el que compartimos un antepasado más remoto, deberemos fechar la aparición de la risa hace al menos 14 millones de años. El estudio de las características acústicas de la risa de los primates, por cierto, permite elaborar árboles filogenéticos superponibles a los filogramas y cladogramas elaborados por los medios habituales para relacionar las especies de primates (Davila Ross et al, 2009). Incluso se ha podido precisar que en la historia de la evolución de la risa en los homínidos: uno en la separación de los orangutanes del resto de los grandes monos y otro en la de que tuvo lugar entre los pan(chimpancé y bonobo) y los homo.
Recapitulando, la sonrisa y la risa aparecen en otros primates, como respuesta a cosquillas o en situaciones placenteras. La cuestión es si también podemos encontrar en esas especies alguna forma o algún primordio del humor, proceso cognitivo subyacente a la risa. Según De Waal (1998), los chimpancés son capaces de bromear, de jugar con un toque humorístico, que les permite reunir información sobre el entorno social y tantear o explorar los límites de la autoridad. Algunos chimpancés y gorilas a los que se ha enseñado a comunicarse mediante lenguaje de signos son capaces de usar el lenguaje con connotaciones jocosas que recuerdan al humor, como juegos de palabras, insultos divertidos y usos incongruentes de palabras, a veces acompañados también por la risa antropoide. Las formas de humor de los humanos son mucho más complejas, se basan en nuestra capacidad lingüística y cognitiva más desarrollada y en la habilidad para imaginar realidades alternativas, entender las mentes de otros (ToM) y comunicar ideas complejas mediante el lenguaje. En el humor el humano juega con todas estas capacidades cognitivas y lingüísticas a priori "serias", y las manipula por pura diversión. Sucede así en todas las culturas humanas, incluida la de los aborígenes australianos, que han permanecido aislados desde hace decenas de miles de años, lo cual sugiere que el humor es un universal humano y que debe fecharse su aparición hace al menos unos 35.000 años (Polimeni y Reiss, 2006).
La risa, en cualquier caso, no es una manifestación homogénea o uniforme. Szaimetatet al (2010) comprobaron con RNMf que la que el oyente identifica como provocada por cosquillas se asocia con una excitación de la circunvolución temporal superior, mientras que la risa que los autores definen como emocional (la que el oyente identifica como vía de expresión de alegría o de burla, activaba el córtex frontal medial anterior. Los autores interpretan esta diferencia topográfico – funcional como indicativa de que la risa provocada por cosquillas tiene una mayor complejidad acústica, en tanto que la “emocional” refleja la participación de aspectos cognitivos más complejos relacionados con sus características sociales. La risa desencadenada por las cosquillas sería, pues, más elemental, más primitiva, y puesto que aparece en otros primates, menos evolucionada. Podemos seguir la diferenciación de la risa con la maduración del ser humano. Los niños pequeños aprecian las cosquillas y llegan a pedirlas. Disfrutan mucho con juegos de súbita desaparición y aparición de personas conocidas (lo que en inglés se conoce como peekaboo), y sueltan grandes carcajadas con el humor visual de grandes golpes y caídas (el llamado slapstick), muy posiblemente porque no son capaces de apreciar las sutilezas del humor verbal. En cambio, los adultos, con el pleno desarrollo del lenguaje simbólico, gozan más de un humor intelectual, irónico y no pocas veces sardónico, en el que el elemento cognitivo es mucho más notorio. Si tenemos en cuenta que en los primeros años del cine, la comicidad era típicamente slapstick, para pasar después, con el desarrollo del sonoro (la aparición del lenguaje verbal) a intelectualizarse para poder expresar ironía. La historia de la cinematografía cómica, pues, recapitula la ontogenia y la filogenia.
Teorías sobre el humor y la risa
El humor ha merecido el interés de los estudiosos desde hace muchos años. Filósofos tan notables como Kant le han dedicado su atención, avanzando hipótesis que sitúan la base del humor en la ilógica, la incongruencia. En su “Critica del Juicio”, Kant (1790/2007) sostiene que en todo lo que es capaz de desencadenar “fuertes estrépitos de risa”, debe haber un elemento de absurdo, algo en lo que el entendimiento no puede hallar por sí mismo la satisfacción. La risa se experimentaría al desmoronarse la expectativa construida desde la lógica, algo que desengaña y frustra al entendimiento, pero que causa un regocijo momentáneo. A su vez, Arthur Schopenhauer (1818/2003) incide en la incongruencia como base del fenómeno humorístico, y sostiene que el humor surge ante el fracaso de un concepto para dar cuenta de un objeto de pensamiento. Cuando lo particular se impone a lo general, nos encontramos ante una incongruencia, que conlleva un elemento de sorpresa. Cuanto mayor y más inesperada sea la incongruencia, cuanto mayor sea la sorpresa, tanto más intensa y violenta será la risa.
Por su parte, Bergson (1899/2008) consideraba que la risa es un gesto social que castiga toda rigidez del espíritu, del carácter e incluso del cuerpo. La risa, para el filósofo y Nobel francés, surge cuando la forma se impone al fondo, cuando aparece esa rigidez, que es una forma de incongruencia. El humor es algo netamente racional; en sus palabras, “lo cómico, para producir su efecto, exige algo así como una momentánea anestesia del corazón. Se dirige a la inteligencia pura”, por lo cual, no existiría fuera del ámbito estrictamente humano. Sería un mecanismo que sirve como correctivo social, ya que ayuda a las personas a identificar conductas desfavorables para el florecimiento y la prosperidad humanas. Todo lo que amenace con convertir a una persona en un objeto (animal o mecánico) es un material privilegiado para el humor.
También se ha propuesto que el humor guarda relación con la expresión reprimida de sentimientos agresivos o sexuales. La teoría más conocida al respecto es la de Freud (1905/1981), que sostiene que la risa y el humor sirven para liberar la tensión psíquica que provoca la represión de impulsos agresivos o sexuales de naturaleza inconsciente. La risa, por lo tanto es un fenómeno que al relajar la tensión es agradable, relajante y saludable.
Otra línea de argumentación es que sostiene que el humor se usa para demostrar una posición de superioridad o para elevar el status social. La posición más conocida en este sentido es la de Hobbes (1651/1996), para quien la “gloria súbita es la pasión que da lugar a esos gestos llamados RISA, y es causada por algún súbito acto propio que complace, o por la aprehensión de algo deformado en otro, por comparación con lo cual hay súbita autoaprobación”. Hobbes sostiene que con frecuencia, las personas que “son conscientes de las pocas habilidades que en ellos hay” utilizan la risa ante las imperfecciones ajenas como una especie de mecanismo compensatorio, con lo que concluye que “mucha risa ante los defectos de otros es un signo de pusilanimidad”. Pero además de concebir al humor como un signo de superioridad o gloria, la teoría de Hobbes también permite entender ciertos tipos de humor como basados en el autodesprecio y en el resentimiento (Valbuena de la Fuente, 2002).
Sea como fuere, el ser humano dedica un gran esfuerzo a la risa (con participación de más de una docena de músculos), lo que entraña un gasto de energía. También invierte mucho tiempo en actividades humorísticas, de las que evidentemente disfruta. El humor exige, además la participación de grandes recursos cognitivos -Rodden (2007) enumera hasta doce-, lo que sugiere que debe pagar algún dividendo y que por lo tanto esta inversión de energía y tiempo sugiere que la risa y el humor han sido seleccionados. Por lo tanto, cabe la pregunta de cuál es el valor añadido que aportan. Una primera línea de razonamiento tendría que ver con la dimensión saludable del humor, sobradamente conocida. El humor y la risa mejoran la autopercepción, la salud subjetiva e instilan optimismo, hasta el punto de que se han desarrollado técnicas orientadas a fomentarlos (risoterapia). Su efecto benéfico está documentado en textos bíblicos y en Galeno (Bennett y Lengacher, 2006), y en la clínica y en la investigación se ha demostrado desde hace décadas la acción beneficiosa que la risa y el humor ejercen sobre diversas enfermedades. La risa podría mejorar la función inmunitaria, ya que estimula la actividad de las células NK e incrementa la concentración de la IgA salivar (Bennett y Lengacher, 2009). También se ha comprobado el efecto positivo que la risa y el humor ejercen sobre diversos parámetros cardiovasculares (Sugawara et al, 2010), y se ha propuesto que este efecto tendría relación con la liberación de β-endorfinas (Miller y Fry, 2009). Aunque todas estas investigaciones adolecen de fallos y sobreentendidos (Martin, 2001), hay abundantes indicios de que la selección del humor podría derivarse de un efecto saludable en sí mismo.
Pero desde un paradigma más netamente evolucionista se han sugerido otras posibilidades. Alexander (1986), incidiendo en la teoría hobbesiana de la superioridad, sugiere que el humor confiere un mayor éxito reproductivo porque incrementa el status propio al arrinconar y ridiculizar a otros. Según este modelo, las principales ventajas de contar chistes o hacer bromas son incrementar el status propio, rebajar el de otros y, por último, elevar el las personas a quienes se cuenta los chistes, potenciándose así la camaradería y la unidad social. Esta última función tendría un elemento cohesivo, que podría contribuir a un mismo tiempo a reforzar los vínculos en el endogrupo y ridiculizar al exogrupo. De esta manera podría explicarse el uso del humor no solo para expresar, sino para potenciar la rivalidad, muy común a lo largo de la Historia, y de la cual conocemos múltiples ejemplos cotidianos y relativamente benignos, como los chistes que cuentan los bizkainos sobre gipuzkoanos, idénticos a los que los gipuzkoanos relatan sobre los bizkainos, que implican que un determinado hallazgo humorístico puede ser apreciado por distintos colectivos humanos, y puede ser utilizado por todos ellos para zaherir al vecino cambiando el origen de sus protagonistas.
Otras teorías sitúan más netamente el sentido y la función del humor en elementos sociales o grupales. La teoría general del humor de Weisfeld (1993) plantea que el humor proporciona a los otros una información social valiosa, al tiempo que la risa provoca sentimientos agradables que refuerzan positivamente al humorista. Además de ver su conducta y su rol potenciados, el cuentachistes consigue con su función jocosa aliados potenciales, lo que le depara una ventaja para el futuro. Por su parte, Barret et al (2002) plantean que el humor sustituyó al placer del despiojamiento o acicalamiento social que se observa en los primates. El humor y la risa serían así un paso previo y un factor que favorecería el desarrollo del lenguaje. En su teoría del ojo interno, Jung (2003) sostiene que la risa y el humor, que se apoyan en la empatía y en la ToM, son un instrumento de cooperación entre humanos.
Para Martin (2008) el humor nació del juego de los mamíferos como un mecanismo para realzar la emoción positiva y la cohesión social. Se ha demostrado que las emociones positivas, incluido el regocijo, son capaces de potenciar funciones cognitivas como el pensamiento flexible, la resolución de problemas, la memoria y la creatividad, además de ciertas conductas prosociales como la disposición a ayudar y la generosidad (Isen, 2002). Obviamente, en una especie social como la nuestra, todas estas mejoras serían adaptativas. Por lo tanto, Martin considera que el humor es una extensión cognitivo-lingüística del juego social. En su opinión, los humanos habríamos ampliado las funciones del juego, el regocijo y la risa (presentes en algún grado, como se ha visto, en otros primates), consiguiendo así desarrollar la capacidad de jugar con las ideas, las palabras y las realidades alternativas mediante el humor.
Con independencia de todas estas propuestas, en el marco de la convivencia social, el humor se concibe como una mecanismo de defensa muy maduro, que según Barkow et al (1992) convierte la confrontación problemática en juego, de modo que ninguna de las partes implicadas necesita competir seriamente y se evitan los riesgos que la disputa conlleva. El humor sería un mecanismo que hace que se pueda ceder ante un competidor sin por ello admitir un status inferior.
Otro enfoque supone que el humor es un instrumento útil para demostrar creatividad y capacidad como pareja (Miller, 2000). Dicho en otros términos, el humor sería sexualmente atractivo. Existen datos que sugieren que puede ser así (Mora-Ripoll y Ubal-López, 2011). Las mujeres afirman que buscan una pareja con sentido del humor, con mayor frecuencia que los varones, quienes de forma complementaria tienen una mayor tendencia a contar chistes que las mujeres. También estas sonríen a sus contertulios masculinos con más frecuencia que a la inversa. Las mujeres prefieren una pareja que las haga reír y los varones desean que su pareja sea capaz de apreciar su sentido del humor. Asimismo, se ha comprobado experimentalmente que el humor se asocia a una mayor inteligencia general, y que es percibido como tal por el observador (Howrigan y McDonald, 2008). Se trataría, por lo tanto, de un marcador, de un rasgo que informaría de una cualidad apreciada que realzaría las probabilidades que la persona jocosa tendría de obtener pareja.
Greengross y Miller (2008) han estudiado el humor que se expresa mediante autodesprecio desde un punto de vista evolucionista y centrado en el individuo. En un estudio con estudiantes. Observaron que este tipo de humor resulta atractivo cuando se percibe en personas de status alto. En este sentido, puede favorecer la selección sexual. En cambio, en las personas cuyo status se percibe como bajo, el autodesprecio humorístico es considerado no atractivo. Los autores interpretan estos resultados a la luz de la Teoría del Handicap de Zahavi (1975), en el sentido de que el individuo con un status elevado, al exhibir una limitación, puede “permitirse” rebajarlo humorísticamente.
La teoría de la falsa alarma de Ramachandran (1995, 1996, 1998) sobre la risa agrupa alguno de los elementos que hemos ido viendo a lo largo de este apartado. Según este autor, todas las bromas y los “incidentes divertidos” comparten una misma estructura lógica. Quien cuenta o plantea el chiste provoca en quien lo escucha o presencia una creciente tensión, para al final introducir un giro inesperado que entraña una plena reinterpretación de todos los datos previos. Esta nueva interpretación, aunque sea inesperada, es tan compatible con los datos aportados como la que originalmente podría esperar quien escucha el chiste. Por eso los chistes y bromas tienen mucho en común con la creatividad científica y con lo que Kuhn denominó “cambio de paradigma” en respuesta a una única anomalía. En el caso del chiste esta anomalía es el remate, el “golpe” jocoso, que solo hará reír si quien lo escucha capta o “pilla” su sentido y significado. En términos de Ramachandran (1998), si es capaz de apreciar en un “flash de insight” cómo una interpretación nueva y completamente diferente del enunciado del chiste permite incorporar y aceptar el final del mismo, inesperado, anómalo y jocoso. Hay muchas situaciones que obligan a un cambio de paradigma para encajar la anomalía. Siguiendo a este autor, podemos pensar en alguien que estando de noche en la cama oye golpes. Inicialmente se los explica a sí mismo como efecto del viento, pero si de pronto suena un golpe más cercano y más intenso, la anomalía requiere una reinterpretación, un cambio de paradigma, algo que refute la interpretación inicial de que era el viento el motivo de los ruidos. Por ejemplo, nuestro hipotético durmiente puede pensar que hay ladrones en la casa. Se levanta, va a explorar y de pronto descubre que el gato ha tirado un jarrón. Es una nueva anomalía, una nueva explicación o interpretación ante la que nuestro protagonista reacciona riendo. Y este es el meollo de la cuestión para Ramachandran: para que un chiste o un hecho sea jocoso la anomalía detectada y el cambio de paradigma a que fuerza debe tener consecuencias triviales. Es entonces cuando aparece la risa, que sería por lo tanto el fruto de un cambio de paradigma de consecuencias triviales, que a nivel neuropsicológico surge del diálogo entre la tendencia del hemisferio izquierdo a encontrar e imponer consistencia en los datos que recibe, y los mecanismos orientadores del hemisferio derecho (Ramachandran 1996).
El humor grueso de caídas, de golpes (slapstick), que caracterizaba a los Keystone Cops, es un ejemplo del reajuste hacia la anomalía de consecuencias triviales. Una persona que se caiga y se dé aparentemente un serio batacazo no provoca la risa, pero alguien que caiga sistemáticamente, sea capaz de levantarse para volver a caerse, manteniendo una actitud cómica y en absoluto doliente, representa una anomalía risible. De ahí que se reaccione ante los cortos de Mack Sennett con risa.
Desde el punto de vista evolutivo, el propósito de la risa sería permitir a un individuo alertar a otros miembros de su grupo social (generalmente con los que se comparten genes) de que ha detectado una anomalía trivial. Al reír, por lo tanto, se informa de que se ha descubierto una falsa alarma. Por lo tanto, nos encontraríamos en la situación opuesta a la de las ardillas que al detectar un depredador gritan para alertar a sus congéneres de su presencia aun a riesgo de llamar la atención del carnívoro y provocar su propia muerte (capítulo I). Aquí se trataría de avisar, mediante la risa, de que a pesar de que inicialmente podría parecer lo contrario, en realidad no es así (anomalía: cambio de paradigma) y no hay motivo de preocupación. Resulta sugestivo, en este sentido, que como ya señalara Darwin, las zonas más sensibles a las cosquillas son precisamente áreas expuestas a ataques de predadores (el cuello, el abdomen, los flancos, las plantas de los pies). Por otra parte, hacer cosquillas es un gesto al mismo tiempo un equivalente a un ataque por su actitud y pose, y un deleite para el niño. Todo ello sugiere que las zonas sensibles están también preparadas y dispuestas a detectar y avisar de que un contacto táctil es una falsa alarma.
En el peekaboo, el juego de la desaparición y aparición que tanto embelesa a los niños pequeños podemos encontrar una reminiscencia de la falsa alarma. La desaparición del adulto, de la figura con quien se tiene el apego es algo preocupante, que despierta la angustia. Pero si de pronto ese “mayor” reaparece, dobla la esquina y asoma la cabeza, el infante se encuentra ante una anomalía de consecuencias triviales. No ha perdido a su figura de apego, que aparece súbitamente para tranquilidad, alivio y goce del niño. Surge así la risa. No es de extrañar que Ramachandran (2011) califique a este juego de “cosquillas cognitivas”.
En cuanto a la sonrisa Ramachandran (1998) plantea la hipótesis de que en un encuentro casual entre dos primates ancestrales la primera reacción sería ensañar los dientes en un gesto amenazante. Sin embargo, si esos dos individuos se reconocían como miembros de un mismo grupo, o como amigos o parientes, ese gesto se quedaría a medio camino, configurando la sonrisa. Para nuestro autor, sería una forma de saludo ritualizado, que transmitiría el mensaje “sé que no supones una amenaza para mí, y te hago saber que yo tampoco lo soy para ti”.
¿Cómo se pasa de la risa como noticia de falsa alarma al humor? Ramachandran vincula la detección de la anomalía con las teorías previas que defienden que la base del humor es la percepción de una incongruencia. A su vez, la capacidad de sacar punta a los datos, de hacer chistes a partir de situaciones reales, de ironizar, supone un esfuerzo mental y creativo que hace que el humor sea un mecanismo para ejercitar la inteligencia, con lo que sería adaptado. Aunque no lo plantee en estos términos, también podemos entender que la noticia de que se trata de una falsa alarma comunicada mediante la risa es algo a festejar, algo gozoso, digno de ser celebrado. De ahí puede surgir la dimensión hedónica de la risa y el humor y el hecho de que se haya preservado y dirigido hacia actividades no ya de supervivencia del grupo, sino de mero disfrute. En cualquier caso, el humor está indisolublemente vinculado a la risa. Por eso son patológicas las risas inmotivadas. O por eso, como sucede en algunos casos clínicos, la risa provocada por la estimulación eléctrica de ciertas zonas cerebrales “obliga” a la persona afectada a buscar en su entorno posibles desencadenantes jocosos con los que explicar(se) el ataque de risa, y a afirmar que son ellos los causantes de su hilaridad aunque objetivamente carezcan de cualquier gracia (Fried et al, 1998).
Humor como defensa en situaciones extremas
Para terminar, consideraremos los efectos saludables que puede tener el humor en condiciones dramáticas y su valor para la supervivencia. Chaya Ostrower (2002) estudió en su tesis doctoral el papel del humor como mecanismo de defensa durante el holocausto. Para ello entrevistó a una serie de supervivientes, que le relataron sus experiencias, así como ejemplos de lo que en aquel entonces servía de descarga risible para las víctimas de la barbarie nazi. A la luz de las teorías de Avner Ziv (Ziv y Gadish, 1990), que a la sazón supervisó la dosis, distinguió cinco funciones del humor durante el Holocausto: la agresiva (frente a los verdugos), la sexual (en la que incluyó una variante escatológica), la social – cohesiva, la defensiva (en la que las particulares condiciones de los campos de exterminio le invitaron a incluir los chistes sobre la comida) y la intelectualizadora.
Las conclusiones de su trabajo son interesantes. Las personas con sentido del humor, concluye, fueron capaces de mantenerlo a lo largo de su tormento y también después de ser liberadas. El humor servía para encarar las situaciones dramáticas o la confrontación con la muerte, sin negar su gravedad. Mención especial merece la referencia a una variante de la función de mecanismo de defensa consistente en lo que Ostrower llama “humor sobre uno mismo”, muy presente en la sociedad y cultura judías. Resulta ilustrativo uno de los chistes que intercambiaban las propias víctimas: Dos judíos hambrientos se encuentran en Varsovia; uno de ellos está bebiendo colonia; el otro le dice: “Moyshe, ¿Por qué haces eso?”; Moyshe responde: “Así oleré mejor cuando me conviertan en jabón”. Este breve relato, que parece un ejemplo de fortaleza moral, capacidad de autocrítica y disposición a reírse de uno mismo, tendría unas connotaciones muy diferentes si lo contase un verdugo nazi. No podría sonarnos sino a ridiculización, denostación, menosprecio; en ese caso el humor desempeñaría la función que Ziv llama agresiva. Nos encontramos, por lo tanto, ante la función autodeprecatoria del humor, intuida ya por Hobbes y que hemos visto que puede tener valor para obtener pareja. Pero vemos que con otra finalidad puede ser saludable incluso en situaciones tan extremas como las de Auschwitz. Otra cosa es cómo podrían sonar los "autochistes" si los contaran otros. Es posible que la sonrisa se tornase rictus de desagrado. Da la impresión de que a la hora de someternos a la crítica a los seres humanos nos resulta más reconfortante el espejo de la conciencia, que la opinión ajena. La autocrítica tiene algo de voladura controlada, mientras que el juicio externo amenaza con la demolición del edificio de nuestra imagen. Nuestra resistencia a encararlo, seguramente, es tan humana como la propia risa.
Pablo Malo, Juan Medrano, Jose Juan Uriarte
Txori-Herri Medical Association
extraído de : http://evolucionyneurociencias.blogspot.cl/2012/10/teorias-evolucionistas-sobre-el-humor-y.html
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