martes, 30 de diciembre de 2008

Pasiones y virtudes

Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades del hombre. Cuando el aburrimiento había bostezado por primera vez, la locura como siempre propuso: “¿Vamos a jugar a los escondidos?” La intriga levantó la ceja intrigada, y la curiosidad sin poder contenerse preguntó: “¿Y como es eso?”. Es el juego - explicó la locura - en que yo me tapo la cara y cuento hasta 1000 y el primero de ustedes que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego. El entusiasmo bailó entusiasmado secundado por la euforia. La alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda e incluso a la apatía a la que nunca le interesaba nada. Pero todos quisieron participar. La verdad prefirió no esconderse, ¿para qué? si al final siempre la hallaban. La soberbia opinó que era un juego tonto (en el fondo le molestaba que no hubiera salido de ella) y la cobardía prefirió no arriesgarse. 1, 2, 3 comenzó a contar. La primera en esconderse fue la pereza que como siempre se dejó caer tras las piedras del camino. La fe subió al cielo y la envidia se escondió tras el triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir al árbol más alto. La generosidad casi no alcanzaba lugar para esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos. Así terminó por acurrucarse en un rallito de sol. El egoísmo en cambio encontró un sitio muy bueno desde el principio: aireado, cómodo, pero sólo para él. La mentira se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y la pasión y el deseo en el centro de los volcanes. El olvido... se me olvidó donde se escondió el olvido. Cuando la locura contaba 999 el amor no había encontrado aún un sitio donde esconderse entre las flores. 1000 contó la locura y comenzó a buscar. La primera fue la pereza a solo tres pasos detrás de una piedra, después se escuchó a la fe discutiendo con dios en el cielo sobre zoología y a la pasión y al deseo los sintió vibrar en los volcanes. En un descuido encontró a la envidia y claro, pudo deducir donde estaba el triunfo. Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo el solo salió disparado de su escondite que resultó ser un nido de avispas. De tanto caminar sintió sed y al acercarse al lago halló la belleza. Con la duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada en una cerca sin decidirse en que lado esconderse. Así fue hallando a todos. Al talento entre las hierbas frescas, a la angustia en una oscura cueva, a la mentira detrás del arco iris (mentira, la encontró en el fondo del mar). Hasta el olvido había olvidado que estaba jugando a los escondidos. Pero el amor no aparecía por ningún sitio. La locura lo buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas y cuando iba a darse por vencida divisó un rosal y pensó: “El amor como siempre tan cursi seguro que se escondió entre las rosas”. Tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto un doloroso grito se escucho. Las espinas habían herido los ojos del amor. La locura no sabía que hacer para disculparse: lloró, rogó, imploró, suplicó, pidió perdón y hasta juró ser su lazarillo. Y es desde entonces, desde que por primera vez se jugó en la tierra a los escondidos que: El amor es ciego y la locura son sus ojos.
Una historia que le escuche a ismael serrano

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