El timbre de la
mañana en la escuela me hacia sentir lo
mismo que sentían los perros de Pavlov: sabia que yo era utilizado para su
experimento. El único problema es que lo
desconocía. tenia si una pequeña intuición, ya que sus palabras no eran de
esperanza, sino de conformismo y absolución, además cualquier réplica podía ser
usada en mi contra y mi destino sería sentir el repudio de toda la masa de
cemento.
El color de las
paredes no daba para la imaginación, era un color frió, conformista, sin
hambre, sed ni menos deseos. El largo pasillo que me lleva a la gran sala, me
prohíbe mirar hacia el lado. Sólo debo mirar hacia el frente, para llegar hasta
la gran sala, donde está ese montón de ripio al que no quiero
pertenecer. Todos ya están adiestrados, aunque los hacen sentir libres, los
dejan hablar de vez en cuando, a veces incluso los dejan que pataleen y lloren
por un rato pequeño. Pero al momento de sonar el timbre, el montón de ripio se mueve lentamente
y va rezongando hasta el final del pasillo.
Un loco día,
cuando iba al final del montón de ripio, mire hacia un costado, había
otras salas y otros pasillos, intente ingresar a una de ellas cuando un montón de cemento ya duro me
impidió el ingreso. El experimento les estaba resultando, pero yo había
descubierto su secreto y eso les provoco un pánico que no pudieron ocultar.
Inmediatamente empezaron las persecuciones, los rumores, las acusaciones, las
discriminaciones, los juicios públicos y todo eso que siempre utilizan para
menoscabar a uno que no quiere ser parte de su experimento, o que por lo menos
quiere ser de otro experimento.
Con el paso del
tiempo, mi deseo de no estar en ese lugar fue creciendo, por lo que inventaba
excusas de dudosa creencia para no asistir a su letal experimento, Desde
quedarme dormido todo el día, hasta buscar las tareas más infructuosas, que me
permitieran estar alejado de esa cruel realidad. Lo que yo hasta ese entonces
desconocía era que el experimento no solo ocurría en el lugar de costumbre,
sino que traspasaba los limites de la sala, lo que sucedía acá afuera también
era vigilado sigilosamente por los
dueños de esta siniestra manipulación.
El estar alejado
un período de la sala no fue ninguna tarea fácil, la sentencia de la masa fue
mas dura que la anterior, acá afuera eran todavía mas inhumanos, mas
hipócritas, mas hirientes y si en algunas cabezas había existido conciencia, la
extirparon violentamente de un momento a otro, sin pedir permiso y con un dolor
muy sencillo, pero inaguantable. Ese dolor que se siente en el alma y se lleva
a diario como una religiosa condena, que tienes que cumplir, o de lo contrario
el precio que pagaras será mayor, el
cual para muchos ya es una suma inalcanzable.
Decidí no dar tregua alguna a los opresores, por lo
que volví al lugar del hallazgo con mi mejor sonrisa y con el máximo grado de
ironía que puede alcanzar un ser humano que se digne de tal. Estaba decidido,
no era un derrotado, ya que estaba vivo y
tenia mi propio pensamiento.
Mi reencuentro
fue torturador: las miradas de rechazo y los gestos de reprobación no se
hicieron esperar. Antes de ingresar a la fría sala, ya me hablaban de mi
reprobación en esta etapa. No les hice caso, solo esbocé sonrisas y saludos al
por mayor. Tenia claro que eso les dolía, ya que no estaban acostumbrados. Los
sacaba de su calculador y amargo esquema. Yo sinceramente no tenia ningún plan.
Todo lo que hacia decía o miraba, era lo que en el momento se me ocurría. No
podía organizar un plan de ataque, por que seguramente los dueños se enterarían;
además el planificar es muy de ellos, en cambio si lo hacia
instantáneamente, ellos no se darían cuenta y todavía al parecer no inventan
algo para enfrentar la espontaneidad.
Ese primer día
de mi retorno, quisieron matarme para siempre. Me pararon delante de todo el
mundo y me dijeron ¡hable!. No me dieron tema alguno: se fijaron en mi
ropa, mi dicción , mi simpatía, mi grado de empatía con el publico, mi
presentación personal y cuanto detalle pudieron sacar a flote. Sin embargo no
me destruyeron. Todo lo contrario: pedí silencio, me senté en la mesa, llena de
papeles, desde donde el gran señor
nos dictaba las ordenes y hablé por horas del experimento al que éramos
sometidos. El gran señor me reprobó, pero muchos de los que esa
mañana me escucharon, hoy transmiten las vivencias contadas y luchan
con gran alegría por acabar ese maldito experimento. Desde esa mañana, la
continuidad del experimento es estudiada, ya que se teme por su fracaso.