miércoles, 8 de junio de 2011

El diagnóstico y la terapéutica ( Edo. Galeano)

El amor es una enfermedad de las más jodidas y con-
tagiosas. A los enfermos, cualquiera nos reconoce. Hon-
das ojeras delatan que jamás dormimos, despabilados
noche tras noche por los abrazos, y padecemos fiebres
devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de
decir estupideces.
El amor se puede provocar, dejando caer un puñadito
de polvo de quereme, como al descuido, en el café o en la
sopa o en el trago. Se puede provocar, pero no se puede
impedir. No lo impide el agua bendita, ni lo impide el
polvo de hostia; tampoco el diente de ajo sirve para nada.
El amor es sordo al Verbo divino y al conjuro de las bru-
jas. No hay decreto del gobierno que pueda con él, ni
pócima capaz de evitarlo, aunque las vivanderas prego-
nen, en los mercados, infalibles brebajes con garantía y
todo

viernes, 3 de junio de 2011

La revolución empieza por uno

No intentes ayudar a nadie sin antes experimentarlo tú mismo, porque los confundirás aún más. Ya están confundidos. El bagaje de los siglos ha confundido a todo el mundo. Y sería muy amable por tu parte no ayudar, porque puede ser arriesgado; tu ayuda podría poner a la otra persona en un serio peligro.

Antes debes haber hecho el camino y saber perfectamente adónde conduce, solo entonces podrás tomarlos de la mano y enseñarles el camino.

En este mundo es muy difícil comunicarse. Debes aprender a comunicar tus experiencias para que llegue a los demás exactamente lo que quieres decir; de lo contrario, quizá estés pensando que estás compartiendo néctar y, sin embargo, estés introduciendo veneno en las vidas de los demás. ¡Ya están bastante envenenados!

Antes es mejor que te limpies y que tus ojos estén más transparentes para poder ver con más claridad. Quizá —y aun así, solo quizá— seas capaz de ayudar a los demás. La intención es buena, pero el bien no ocurre solo porque haya buenas intenciones.
Hay un antiguo refrán que dice que el camino hacia el infierno está hecho de buenas intenciones. Hay millones de personas que intentan ayudar con muy buena intención, dando consejos a los demás y sin preocuparse de seguir ellos mismos sus propios consejos. Es tan grande la felicidad de dar consejos que ¿a quién le importa que yo los siga?

La felicidad de dar consejos a los demás es una felicidad muy sutil y egoísta. La persona a la que aconsejas se convierte en un ignorante y tú eres quien sabe. El consejo es lo único que todo el mundo da pero nadie sigue; y es mejor que así sea, porque quienes los dan no saben nada, aunque no vayan con malas intenciones.

Recuerda, si quieres cambiar el mundo tienes que cambiarte primero a ti mismo; esta es la naturaleza de las cosas. La revolución empieza por uno mismo. Solo así podrás irradiarla a los corazones de los demás. Primero, debes comenzar el baile y entonces verás el milagro: los demás también empezarán a bailar. El baile es contagioso, el amor también lo es, y la gratitud, y la religiosidad, y la rebelión; todos son contagiosos. Pero antes tienes que encender la llama que quieres ver en los ojos de los demás